LA ESTABILIDAD DE PRECIOS, LA INFLACIÓN Y EL PAPEL DEL BANCO CENTRAL
A veces se nos olvida que las monedas y billetes que imprimen los bancos centrales para sus respectivas economías apenas cuestan unos centavos el fabricarlos. Sin embargo, a ese dinero el público le reconoce un mayor valor que su simple costo de fabricación por la confianza que tiene en que éste le permitirá comprar una determinada cantidad de bienes y servicios.
Si el valor del dinero descendiera de forma sustancial, y por tanto los precios de la economía subieran de manera importante, la gente dejaría de confiar en ése dinero. Un ejemplo claro de estos contextos de desconfianza generalizada fueron los procesos inflacionarios que se vivieron en el Perú hasta inicios de los años 90. Los precios de los bienes y servicios subían más y más, lo cual hacía que el dinero valiera cada vez menos. Es por esta razón que mucha gente de mediana y mayor edad aún hoy no termina de confiar en el dinero nacional. Por eso persiste en aferrarse a un dinero extranjero como el dólar, reflejo un trauma vivido en el pasado y que aún no termina de superar. Y mucha de esa gente continúa aferrada al dólar pese a que desde hace unos buenos años el dólar en el Perú conserva cualquier cosa menos su valor.
Dicho de otra forma: cualquier dinero puede tener valor si y sólo si la gente confía en él. Para que la gente prefiera su dinero nacional, y no busque refugio en cualquier otro dinero extranjero, la gente debe poder comprobar día a día que su dinero nacional le sirve de manera efectiva como depósito de valor, que, aún si lo guarda, después con él puede comprar cosas en el futuro. Por tanto, hay estabilidad monetaria cuando el dinero conserva su valor a lo largo del tiempo, es decir, cuando hay estabilidad de precios. No obstante, la estabilidad monetaria peligra cuando aparece la inflación, cuando de manera generalizada todos los precios se empiezan a incrementar de modo sustancial e impredecible, cuando con el mismo dinero ya no es posible seguir comprando una cantidad similar de bienes y servicios.
La evidencia empírica en la mayoría de países del mundo demuestra que en el largo plazo la estabilidad de precios estimula el crecimiento económico y el empleo de manera sostenible. Se facilita la comparación de precios y se minimizan los errores en las tomas de decisiones. Además la estabilidad de precios reduce el costo de los préstamos y aumenta la disposición para brindarlos. Con una baja inflación los consumidores pueden comprobar fácilmente los diferentes precios y decidir en qué y cuándo es mejor gastar su dinero, mientras que las empresas pueden decidir en qué rubros efectuar sus inversiones con suficiente certidumbre. De esta forma las empresas utilizan sus recursos de forma más productiva, lo cual a su vez aumenta el potencial de producción de la economía en general.
Cuando los precios se mantiene estables, los ahorristas y los prestamistas están dispuestos a aceptar unas tasas de interés más bajas porque esperan que el valor de su dinero no se deteriore a lo largo del tiempo. Es decir, no consideran necesario subir sus tasas de interés para defenderse de la incertidumbre del valor de su dinero en el futuro. Con unos intereses menores, más proyectos menos riesgosos se hacen rentables y con ello las empresas pueden invertir más, aumentar su competitividad y crear más puestos de trabajo, más empleo, lo cual redunda en mayor bienestar social.
Es decir, la estabilidad de precios es esencial para la estabilidad social. La propia historia del Perú demuestra que las altas tasas de inflación que prevalecieron hasta inicios de los años 90 generaron inestabilidad, malestar social y caos por las consecuencias negativas que sufrieron sobre todo los más pobres, quienes poco o nada pueden hacer para protegerse de la inflación. Es por esta razón que, desde entonces, en el Perú el banco central tiene como mandato fundamental la preservación de la estabilidad monetaria, la preservación del valor del dinero, y para ello tiene que preservar la estabilidad de precios; sin embargo, este mandato parece haber dejado de ser priorizado en el último año.
En medio de un prolongado y desfavorable entorno internacional, diversas fuentes aseguran que el Perú tiene una de las inflaciones más bajas de América. Eso es muy bueno, pero lamentablemente eso hoy no significa que la estabilidad de precios en el Perú continúe estando igual de asegurada que hasta hace un año. Menos aún si se tiene en cuenta la gran desigualdad en la distribución de la riqueza que aún persiste a lo largo y ancho de todo el país. Esta desigualdad en el contexto actual está haciendo que la gente más pobre enfrente niveles de inflación mayores que los que están reflejando los índices de precios con los que convencionalmente se mide la inflación.
Por ejemplo, el índice de precios al consumidor (IPC), utilizado por el banco central para medir el cumplimiento de su meta de inflación, sólo refleja la evolución de los precios al consumidor en Lima. Para nadie es novedad que, debido a la inexistencia una adecuada infraestructura vial, intolerable a estas alturas de los tiempos, los costos del transporte en los pueblos del interior del país hacen que los bienes y servicios “importados de la capital” tengan ya precios sustancialmente más altos, precios que en no pocos casos inclusive duplican a los de Lima. Así, un incremento de 6% en los precios en los pueblos del interior es mucho mayor que un incremento de 6% en los precios en la capital, sin contar con las obvias diferencias en las capacidades adquisitivas de la gente que los adquiere.
No obstante, el problema no queda ahí. Cuanto más pobre es la gente, menor capacidad adquisitiva tiene, y cuanto menor es su capacidad adquisitiva, mayor es la proporción que representan los alimentos y bebidas dentro de su canasta de consumo. Actualmente dentro del IPC, los alimentos y bebidas representan casi el 48% de la canasta. Esta proporción puede ser exagerada para alguien que gana S/. 140,000 al año, pero es insuficiente para quien gana menos de S/. 18.50 al día, el equivalente a la remuneración mínima vital. Y es que encima los precios de los alimentos y bebidas en Lima desde hace un año vienen subiendo a un ritmo que supera con creces el 3%, límite superior de la meta de inflación, límite con la cual el banco central se comprometió a mantener la estabilidad monetaria. A junio, la inflación de alimentos y bebidas ya bordeaba el 10%.
Para reducir dichas sustanciales diferencias de precios, en los pueblos no hay muchas alternativas: o se compra los productos al por mayor viajando a las capitales de provincias una o dos veces al mes, con el consiguiente gasto de tiempo y esfuerzo, o no simplemente no se compran. ¿Qué tan balanceada puede llegar a ser la alimentación promedio en estas circunstancias? ¿Alguien se imagina tener que levantarse a las 3 o 4 de la madrugada para viajar en vetustos camiones de carga durante 4 a 7 horas, a una velocidad de 10 a 15 km/h debido a las especiales condiciones de nuestras "carreteras", cuando no a lomo de bestia, para comprar sacos de 50 kilos de arroz o azúcar para todo el mes? ¿Sería acaso posible hacer lo mismo con las frutas y verduras? A junio, la inflación de los precios mayoristas (IPM) a nivel nacional, medida en las 25 principales ciudades del país, casi bordeaba el 9% anual, donde los precios de los productos nacionales vienen subiendo más rápidamente que los de los importados, desde hace más de un año.
Así, comparar la inflación sin incluir alimentos resulta muy engañosa porque nadie puede vivir sin alimentarse, es una inflación que nadie vive. Pero al contrario, hay mucha gente que en su canasta de consumo sólo tiene alimentos y ni para eso le alcanza. Es decir, probablemente la inflación de precios de sólo alimentos y bebidas sea la inflación que mayor cantidad de peruanos vivan. Con niveles de inflación de alimentos y bebidas de casi 10% la gente más pobre difícilmente puede creer que sigue teniendo asegurada un estabilidad monetaria.
Pero, si tener inflación significa que no estemos bien, ¿tener una menor inflación que los países vecinos significa que estemos menos mal que los pobladores de aquellos países vecinos? Antes de ser tan temerarios tendríamos que transparentar más la información relevante ¿Cuánto cuesta una canasta básica en esos países? ¿La remuneración mínima en cada uno de ellos es igual o menor que en el Perú? ¿La proporción de gente que tiene ingresos igual o por debajo del mínimo es mayor?
En muchos países de la región los precios se están incrementando en mayor medida porque los subsidios, a través de fondos de estabilización y similares, ya se están haciendo muy difíciles de financiar. Sin embargo, en el Perú el mantener indiscrimidamente dichos subsidios significa que se están restando recursos para atender otras necesidades básicas más importantes de la población y al mismo tiempo se están manteniendo inequitativas exoneraciones tributarias a otras fuentes de ingreso y riqueza que no son propias precisamente de la gente más pobre. Necesidades que en la mayoría de esos otros países sí son más priorizadas, mejor atendidas y, definitivamente, más descentralizadas.
Etiquetas: Defensa del consumidor, Estabilidad de precios, Política monetaria
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