LA JORNADA DE 8 HORAS ¿ES SUFICIENTE?
A pesar de que ya han pasado casi 120 años desde que en el mundo se logró reducir la jornada de trabajo a un máximo de 8 horas, en el Perú algunos dirigentes empresariales no cesan de protestar desde que el Ministerio de Trabajo aprobó la norma por medio de la cual se vuelve a controlar el cumplimiento de este concepto.
Los pretextos argumentados para oponerse a la medida han sido realmente inverosímiles. Dicen que sus empleados tienen derecho "a celebrar los cumpleaños del mes durante más de una hora", "a tener clases de inglés en el trabajo", "a trabajar temas de su maestría en la oficina", "a recrearse navegando por Internet" y hasta "a chatear con su familia". Inclusive reclaman que la norma les impediría a sus empleados "jugar una 'pichanguita' en el gimnasio del centro laboral". En realidad, sólo les faltó decir que la norma les impedirá a sus empleados seguir "viviendo" en sus trabajos y que, por ella, sus empleados van a tener que irse más temprano a "sufrir" a sus casas: sin Internet, sin inglés, sin maestría, sin pichanga.
La dura realidad peruana es que, efectivamente, los empleados de muchas empresas vienen trabajando entre 10 a 12 horas diarias como mínimo y que, en realidad, sus empleadores sólo les pagaban por 8 horas. En el Perú, según el Ministerio de Trabajo, más del 35% de la PEA reconoce trabajar más de 60 horas por semana y más de un 50% reconoce hacerlo por encima del máximo legal actual de 48 horas por semana. Sin embargo, lo peor es que, según la Encuesta Nacional de Hogares 2002, el 33.4% de los trabajadores en Lima no sólo labora más de 60 horas, sino que lo hace a un "promedio" de ¡71.7 horas por semana!
¿Por qué un empresario usaría eficientemente la hora de mano de obra, si le cuesta lo mismo 8 horas que 12 horas? ¿Por qué algún empresario invertiría en capacitar a su personal o en comprar tecnología, si su ineficiencia puede ser absorbida gratuitamente por su mano de obra empleada? Para aumentar la capacidad de producción es menos "costoso" aumentar la "meta por empleado" por el mismo sueldo y más horas, que comprar equipos más modernos o capacitar a la mano de obra. En muchos casos, éste es el incentivo perverso que impide que se aumente la productividad de la mano de obra y, por qué no decirlo también, para mantener contenida la oferta laboral e impedir el nivel de empleo aumente a un ritmo mayor.
Por el contrario, desde hace varios años en muchos otros países del mundo se han alcanzado consensos nacionales más eficientes que el incipiente paradigma de las 8 horas. La promoción más eficiente y flexible del uso de la mano de obra en muchos sectores ha llevado a establecer "salarios mínimos por hora". Asimismo, la necesidad de ocio y de mejora de la calidad de vida ha llevado a que el paradigma de las 8 horas por día haya cedido al de las 40 horas por semana, y en algunos países inclusive al máximo de 35 horas por semana. Dar más ocio a los empleados de los sectores tradicionales urbanos da más empleo a trabajadores de la "industria del ocio", es decir, a trabajadores de todas las actividades económicas relacionadas con el entretenimiento, la alimentación, el transporte, la hotelería, el arte, la cultura y el turismo, especialmente en áreas rurales. Esto implica una mejor redistribución, un mejor "chorreo" a nivel geográfico.
Estos consensos en otros países también han llevado a que el salario por hora no sea plano sino proporcional. Sea mayor en las temporadas, en los días y en las horas que tienen claras desventajas. ¿A cuántos les da lo mismo trabajar sólo en verano cuando la mayoría está de vacaciones? ¿A cuántos les da lo mismo descansar semanalmente los lunes y martes en vez de los sábados y domingos? ¿A cuántos les da lo mismo entrar a trabajar diariamente a las 10 u 11 p.m. en lugar de las 8 o 9 a.m.? El sentido común indica que alguna compensación tiene que tener el mayor esfuerzo. Dejarlo a la negociación individual, como erradamente insiste la ley de promoción de las micro y pequeñas empresas, es inequitativo y desfavorece el empleo digno. Una menor capacidad de negociación individual impide una consistente y generalizada compensación mínima adicional para estas diferencias, menoscabando la calidad del empleo.
Obviamente podrían haber situaciones excepcionales para sectores específicos: para los que trabajan en el mar, o en el campo, o en las minas. Excepciones debidas a algunos regímenes de veda para los pescadores, a la necesidad de cosechas de cultivos específicos en el campo y a la inaccesibilidad y lejanía de algunas minas, sin hablar del turismo rural, sumamente estacional y necesariamente contracíclico al vaivén urbano, de donde precisamente viene su principal cliente. ¿En el Perú también podremos llegar a estos mejores consensos?
Etiquetas: Capital humano, Desarrollo económico, Regulación laboral
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