Economía y Finanzas para Todos

Bitácora de artículos de opinión y análisis sobre diferentes debilidades de la economía y las finanzas en el Perú, desde un punto de vista técnico, imparcial e independiente. Los artículos buscan exponer estas debilidades, en un lenguaje sencillo y accesible, con la finalidad de concienciar y promover las mejoras y reformas necesarias en beneficio de todos.

2007-07-31

EN EL PERÚ, ¿LAS HORAS EXTRAS DE TRABAJO SON GRATIS?


Más de uno se habrá dado cuenta que cualquier trabajo tiene dos costos. Uno de ellos, el más conocido, es el costo reconocido en el mercado laboral sobre la base de los sueldos y salarios, es el precio del trabajo para el empleador. El otro, en cambio, es cada vez menos tenido en cuenta, pero no por ello no existe, es el costo o precio del trabajo para el mismo trabajador. El costo para el empleador en buena cuenta es el total de gastos que se efectúan como retribución del trabajo recibido. En cambio, el costo del trabajo para el trabajador no es otra cosa que el sacrificio de la porción de comodidad, de libertad y de felicidad con la que el mismo trabajador paga el hecho de vender sus horas de trabajo.

En ciertas circunstancias, debido a la obsesión por reducir los costos al mínimo posible, el mercado puede lanzar el costo del trabajo para el empleador al mínimo posible. Esto, en vez de conducir al óptimo social, puede provocar infelicidad, pobreza o inclusive miseria para la gran mayoría de la colectividad. No se trata de ninguna exageración. ¿Acaso la mayor parte de la sociedad no está compuesta de empleados y obreros de diversas clases? Cualquier breve revisión histórica demostraría que ninguna sociedad ha podido florecer ni ser feliz cuando la mayor parte de sus miembros han sido pobres y miserables.


Asimismo, cuando las reglas en los mercados no son las más eficientes y eficaces, o cuando el regulador del mercado no es capaz de hacerlas cumplir, pueden aparecer prácticas nocivas para la economía en su conjunto. En el caso del mercado laboral peruano, una de dichas prácticas es el irracional uso de las horas extras de trabajo. Irracional porque para la sociedad en su conjunto es injustificable que, en un país con aún alto nivel de desempleo, los empleadores exijan a sus empleados y obreros trabajar sistemáticamente más horas para no contratar a otros que sí necesitan y están buscando un trabajo.

Y esa práctica irracional se puede convertir en una moderna práctica de explotación cuando el trabajo hecho en horas extras, fuera del horario de trabajo, no es remunerado. Es precisamente el alto desempleo laboral existente en el mercado el que permite que muchos empleadores tengan la "capacidad" de exigir a sus trabajadores la entrega de sus horas extras de trabajo de modo "gratuito", so amenaza de poner en riesgo la conservación del puesto de trabajo. Por eso, no es extraño escuchar decir que "está mal visto" el que algunos trabajadores se vayan "a la hora", es decir, cuando termina el horario de trabajo. Con el cuento de que dicho trabajador "no tiene la camiseta puesta", subliminalmente se hace creer que el trabajador que recurrentemente se va a su hora termina "robando a la empresa" cuando, al contrario, con ello podría estar demostrando su eficiencia y su efectiva productividad.

A nivel agregado este comportamiento generalizado conforma un negativo círculo vicioso para toda la economía: ante la persistencia del mayor desempleo, se genera más capacidad para exigir horas extra a los privilegiados que sí son empleados, esto permite que se trabajen más horas extra y, por tanto, se mantiene "artificialmente" un mayor desempleo que el que podría existir. Sin embargo, aunque muchas de las horas extra puedan terminar siendo entregadas a título gratuito al empleador, con las cuales éste aumenta su producción, pero más aún su lucro, dichas horas extra sí le cuestan a sus trabajadores, y no sólo a ellos sino también a sus familias. El costo adicional se traduce en las horas de desatención que enfrenta la familia de cada trabajador, sean padres, parejas e hijos.

Para muchas empresas y empresarios, esta práctica permite configurar un ambiente singular que se viene usando desde hace tiempo como herramienta para incrementar una falaz "competitividad", cuando en el fondo no es más que una simple práctica de competencia desleal. Es una práctica de competencia desleal no muy distinta de la forma como se usa la evasión tributaria. ¿Acaso las empresas formales no se quejan de la informalidad (tributaria) de ciertos competidores porque en el fondo les impide competir en "igualdad de condiciones"? Sin embargo, ninguna empresa se ha quejado frente al ente regulador de la competencia desleal de las otras empresas competidoras.

¿Acaso no es competencia desleal usar 12 horas-hombre o más de cada uno de sus empleados y obreros cuando el competidor que sí cumple las reglas del mercado sólo puede exigir 8 horas diarias a los suyos? ¿Acaso no es desleal exigir trabajar inclusive hasta más de 70 horas de trabajo por semana cuando la empresa competidora que cumple las reglas obtiene de sus trabajadores 40, 44 o 48 horas por semana? Todo lo contrario, amparándose en la imperfecta regulación vigente, en varios sectores casi todas las empresas competidoras ahora vienen exigiendo turnos de 12 horas diarias por seis días a la semana, ¡72 horas a la semana! Y a dichas empresas les da igual si esas mayores horas las hacen trabajar días de semana o días sábados, domingos o feriados, de día, de tarde, de noche o de madrugada. En todos los casos pagan lo mismo... como si los sueldos y salarios fueran una "tarifa plana" y "a todo costo"... para hacerse igualmente "competitivas", dicen.

Y no es cierto que dichas prácticas sean efectuadas sólo por empresas incipientes que , de no hacerlo, quebrarían. Dichas prácticas son efectuadas también por empresas medianas y grandes e inclusive por algunas empresas de capitales extranjeros que en sus países de origen no lo hacen porque tampoco se lo permitirían. Esta práctica tampoco es problema de la crisis económica ni de la mala situación de dichas empresas: varias de ellas están en sectores sumamente boyantes cuyas excelentes utilidades son celebradas en las bolsas de valores. Es decir, ninguna de ellas quebraría por cumplir las reglas, en absoluto, al contrario, una parte de estos singulares beneficios económicos son productos de estas "prácticas".

Pero el regulador del mercado laboral cae en el juego cuando, en lugar de supervisar efectivamente el cumplimiento de las reglas del mercado, pretende jugar a aplacar el descontento contenido incrementando el sueldo mínimo*. ¿Qué racionalidad tiene incrementar el sueldo mínimo cuando no se puede controlar el incremento exponencial de las horas trabajadas de los "privilegiados" que tienen trabajo en detrimento de los "desfavorecidos" desempleados? En vez de estar pensando aumentar la remuneración mínima vital, probablemente sea mejor eliminarla.

La eliminación de la remuneración mínima vital, mensual, tal como está establecida, permitiría la creación de más empleos de jornadas parciales que ahora no pueden crearse, si fuera sustituida por el establecimiento de una "remuneración mínima por hora". Actualmente a nadie se puede contratar legalmente pagándole menos que el sueldo mínimo, aún si trabaja una jornada proporcionalmente menor. Obviamente esta inflexibilidad eleva la barrera a la entrada al mercado de negocios y emprendedores que no necesitan el empleo de trabajadores de bajos ingresos a tiempo completo. O si no les impide su acceso al mercado, los obliga a ocultarse en la contratación informal o a no hacer un uso eficiente de dicho recurso.

La fijación de cualquier precio en el mercado requiere una medida exacta. Así como se habla del precio de las papas o las naranjas por KILO o del precio de la leche o del agua por LITRO, igual se requiere definir el precio del precio del trabajo por HORA. No se puede ser tan impreciso al establecer un precio mínimo por una candidad de horas que, aunque legalmente pueden ser como máximo 48, en la práctica es una cantidad de horas indeterminada. Menos aún se puede pretender establecer un sueldo mínimo en función de una jornada ordinaria de trabajo completa cuya duración sea "la que usualmente se cumple en la empresa o centro de trabajo" ¿eso es 20, 40, 60 u 80 horas a la semana?. A pesar de lo que se pacte, generalmente el papel resiste todo (incluyendo el nombramiento generalizado de trabjadores como "personal de confianza" cuyo horario no es fiscalizable), la natural asimetría en la capacidad de negociación entre trabajador y empleador tirará el precio al mínimo y la cantidad de horas al máximo (junto a lo que "usualmente" se cumpla).


Pero aún en el caso que se remuneren legalmente las horas extras, la actual miopía, y también un paternalismo excesivo, hace que muchos "empleadores considerados" crean que es mejor el emplear a sus trabajadores por 12 horas diarias, pagándoles casi un 50% más por las horas extras, que contratarlos por sólo por 8 horas diarias, sin medio sueldo "extra". Si las cosas fueran así de simples, ¿por qué no contratan a sus trabajadores por jornadas de 16 horas diarias? Eso les permitiría a los "pobres" trabajadores ganar "el doble", un de sueldo "extra". Lo peor es que los empleadores "considerados" no se dan cuenta que, arbitrariamente, les están quitando a esas personas su libertad de decidir qué hacer con sus 4 o más horas diarias de ocio. ¿Estudiar para aspirar a un trabajo mejor? ¿Buscar trabajos extras mejor remunerados? ¿Dedicarlas a su familia para cumplir el papel de mejores padres, mejores parejas o mejores hijos?

Aumentar la competitividad de verdad es poder hacer más en la "misma" cantidad de tiempo. Al contrario de lo que se dice, la generalización de jornadas excesivas reduce la verdadera competitividad de la mano de obra y del capital humano. Los rendimientos decrecientes son inevitables en las jornadas normales y más aún en las jornadas excesivas. Guardianes que se duermen, choferes que chocan, operarios que se accidentan, maestros de escuela que cada vez tienen menos paciencia, profesionales que sufren de fatiga crónica...

El exceso de trabajo produce desgaste físico y sicológico que pasa doble factura. A la empresa le representa un evidentemente riesgo laboral, al trabajador le representará dolencias propias de una vejez prematura, justo cuando salga expulsado del mercado por la competencia desleal de los más jóvenes. Desleal porque aceptan menores sueldos, al contar con el subsidio de vivir y mantenerse aún en casas de sus padres o familiares.

Según un estudio reciente**, entre 2004 y 2005 el 22% de la fuerza de trabajo mundial trabajaba jornadas excesivas de más de 48 horas por semana, pero el total en promedio trabajan sólo entre 35 y 45 horas a la semana. En el Perú, en el mismo periodo, el 51% trabajaba más de 48 horas a la semana, pese a que legalmente está prohibido. No por gusto el Perú encabeza la lista de países en los que se registran la mayor incidencia de jornadas laborales extensas.

Evidentemente para algunos empresarios siempre puede parecer más "económico" exigir horas extras para ahorrarse la inversión en capacitación y en mejores maquinarias y equipos y, si se puede, evitar el mayor costo de contratar más empleados. Pero deben tener en cuenta que, a la larga, en ninguna sociedad no puede haber orden social, cuando existen unos pocos privilegiados y una multitud de explotados.


* La misma autoridad laboral ahora está promoviendo la idea de que ya no es necesario "aumentar tanto" el sueldo mínimo respecto de la canasta básica porque ahora en cada familia de 4 trabajan 2. Este razonamiento es falaz porque asume que la labor que hacía la que antes "no trabajaba" en cada familia tendría que ser hecho por otra persona en forma gratuita o ganando mucho menos que el sueldo mínimo para que, efectivamente, hayan más ingresos netos en la familia.
** Para mayores detalles ver el comunicado de prensa de la Organización Internacional del Trabajo.

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